Dirigida por Rupert Wainwright, la cinta narra los estigmas que le van saliendo a Frankie Paige (Patricia Arquette), una veinteañera atea perfecta para un milagro noventero; como los estigmas de la mano se le hacen en pleno metro de la ciudad, se le hace publicidad, y el Vaticano manda a Kiernan, quien se había estado dedicando a comprobar si llantos de sangre en estatuas eran reales, y de inmediato niega la santidad de Paige; pero como era de esperarse el siguiente estigma le hace creer en ella (véase otravez Karras), y comienza a cuidarla tratando de a través de la santificación salvarla, sin embargo el problema no acaba en los estigmas, sino que empieza a escribir y hablar en arameo con una voz de viejo, y lo que revela seguro inspira a la obra completa de Dan Brown y cuanto conspiracionista ha aparecido tras el inicio del siglo XXI.
La película, obviamente, desde su concepción como cine de suspenso B, es medio chafona y predecible en cuanto a narrativa y composición; sin embargo como documento noventero es bueno recordar los estilos y tendencias de la década que tanto entretuvieron esos días industriorockeros que vivimos unos tantos.
Estigma es recomendable domingueramente hablando, sin tomar muy en serio, pero para los nostálgicos cinéfilos de esos tiempos seguro trae más de un recuerdo de cómo eran las cosas esos días, lo cual, en parte, ayudan a superar uno que otro punto malo que la película pudiera tener.

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