Luego de la odisea de ciencia ficción que hasta creó la leyenda de que Stanley Kubrick había sido quien había hecho el famoso video del primer paso del hombre en la luna, el futurismo no abandonó al director, y en su antojo de convivir un poco más en este género, solo le agregó ultraviolencia, y el buen llevamiento de la novela homónima de Anthony Burgess, con Malcolm McDowell a la cabeza del casting, en el papel que recordaría por el resto de su vida.
Sobre Alex, un delincuente sociópata, amante de la música clásica, y una especie de personaje que mezcla las tendencias punk, pop, posmodernista y futurista, al que le gusta causar estragos y pasarla bien en su mundo autogenerado, sin embargo, tras ser detenido y mandado a un tratamiento psicológico llamado Ludovico, Alex es mecanizado y se vuelve un sirviente social (no literalmente) patético y pusilánime, una clara representación de la persona promedio a la que Kubrick, Burgess y McDowell quedan muy claros en simbolizar.
Desarrollando un nuevo hito que a la actualidad llega a ser inspiración de cintas como Requiem o Trainspotting, hasta ser una parada obligatoria de las tribus urbanas que se desarrollaron mayoritariamente luego del estreno de la controversial película, la cinta es otra indispensable del cine de todos los tiempos; pasando de los aspectos mencionados, al score donde Wendy Carlos rehace la música clásica que a Alex tanto le encanta hasta el uso de la canción Singing in the Rain, que se cuenta no estaba en el guión, sino que a McDowell se le ocurrió; o la famosa historia de cómo el protagonista quedó cegado por la verdadera manipulación y tortura contra sus ojos; la cinta genera leyendas, es una leyenda, y vivirá por siempre como una de las mejores representaciones psicosociales juveniles que hayan habido, como una obra pop de 136 minutos, y como el anhelo ideal de lo que Marinetti y los futuristas hubiesen querido para el futuro del cine.
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