Basada en la vida de Jiro Horikoshi, pero la peculiar manera visual y narrativa de Miyazaki, la cinta comienza cuando Horikoshi apenas es un niño, que goza soñar con aviones y vuelos imposibles, y ésto debido a su imposibilidad de vuelo debido a su impedimento visual, por lo que sustituyendo esta decadencia decide ser ingeniero aeronáutico, y lo hace, se vuelve el mejor ingeniero de su generación, inspirándose por un lado por su infalible avidez de estudio, y su imparable forma de soñar, donde un tipo italiano de nombre Caproni le inspira a crear no para enriquecer a la guerra o enriquecer sus bolsillos, sino por el simple hecho de hacer aviones, los más perfectos aviones que el mundo vaya a navegar... La guerra llega, y Mitsubishi vende aviones de guerra al ejército en su apoyo al eje nazi, dejando el resultado de sus creaciones a conocimiento histórico básico...
A la par de la historia profesional de Horikoshi, Miyazaki nos cuenta la historia de amor entre el ingeniero y Naoko, una chica que conoce en un tren antes de un terremoto, de la cual se enamora, pero entre su carrera y que Naoko tiene tuberculosis, la situación se complica, pero sin la grotesca esencia bélica o enfermiza que podría sugerir, sino de una manera romántica y humana que hace que la falta de fantasía habitual ghibli a la que estamos acostumbrados sea sustitupida por una maestría directiva que va desde lo más básico de la narración general a las épica secuencia de animaciones de multitudes en marchas aleatorias que nos recuerdan que los mundos del director no acaban en la historia que cuenta, sino son parte de universos increíbles e infinitos de los que, gracias a cintas como ésta, sabemos que en parte somo un pedazo de ese cuento que nos regala este titán cinematográfico.
Así, en el epílogo polémico de su carrera (polémico en cuanto a que su última historia ya no narra a héroes imaginarios en situaciones fantabulosas, sino a un ingeniero que finalmente trabaja en el arma que serviría para la desestabilización global en Pearl Harbor y luego la bomba atómica), Miyazaki solo cierra con el dicho intrínseco vulgar de "odio que te vayas, pero amo verte partir", y ¡qué partida nos ha dado! Se va un gigante, al que talvez un día veamos volando en forma de gran ave, o de dragón oriental en los cielos que cubren nuestra cotidaniedad...
Yo cierro pudiendo escribir más y más compararla con Porco Rosso, con Chihiro, con el Castillo Vagabundo, con Ponyo, pero él lo hace por sí solo a cada escena, haciéndonos ver su brillo ineavadible y su genialidad inmortal. Inmensamente recomendable!!

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