lunes, 4 de enero de 2021

L´Année Derniere á Marienbad (1961)

 Ustedes saben que sí hemos hablado de la Nouvelle Vague en este blog, pero había una película que yo no conocía y una amiga ultracinéfila me recomendó buscar luego de que mencioné La Jetée de Chris Marker como referencia para la realización de un proyecto audiovisual, por lo que me di a la tarea de buscar esta recomendación y ha sido una de las experiencias más introspectivas que recuerde dentro del cine, una escuela de mil aspectos a analizar que radica entre el estudio social de los comportamientos más básicos a un análisis narrativo y estético audiovisual como pocas veces se ve, y es una película de 1961 o sea que iba más allá de cualquier pretensión que se haga estos días, teniendo en El Año Pasado en Marienbad de Alain Resnais una de las más grandes joyas del cine y no sé porqué no se dice nada al respecto, pues muchas de las cintas de arte de las que he hablado aquí he llegado gracias a la lectura de libros sobre el séptimo arte y el arte visual en general, y que yo recuerde jamás había oído antes de esta película que no solo hizo hito en su momento sino debería de ser referencia para el cine de hoy y de los años por venir, pues deja ir todos los caminos hacia todos lados y vuelve la experiencia cinematográfica una experiencia vital como debería siempre ser, no solo entretenimiento, sino un laberinto extrasensorial que los otros artes no pueden conseguir transmitir.

La cinta como tal tiene diferentes posturas, podemos hallar en la personaje femenina una posible protagónica, ella, interpretada por Delphine Seyrig, es acosada por un viejo (Giorgio Albertazzi) quien insiste que se conocieron el año pasado, y que él esperó todo este tiempo para reencontrarse, pero no lo recuerda del todo; él, que podría ser otra opción protagónica se mueve entre las fichas inmóviles de un elegante hotel haciendo el ridículo cada que interactúa, pues otro personaje lleno de misterio, de frío semblante e inaudita suerte, quien podríamos llamar el esposo de ella, interpretado por Sasha Pitoeff, se mantiene al margen del amorío de ambos, actuando medianamente pasivo siempre ganando ante el otro hombre; ahora la narrativa debe de decidirse como real o no, como sueño o no, como posibilidad o declaración y ser resuelta entre la opción de la decepción o el romance.

Sí, cuánta ambiguedad en un argumento, pero así es la película, se mueve como un poema sin correa hacia todas las direcciones, cediendo en ocasiones la importancia solamente a la fotografía de Sacha Vierny y su papel contemplativo, mientras que el texto camina a todas las posibilidades que pudieran existir, dejando siempre la realidad como una perspectiva final y no un establecimiento directoral o artístico, y no hablo de un final abierto, sino un libreto abierto hacia todas las direcciones como el verdadero arte siempre debería tender a ser.

Una obra de arte, un doctorado para la construcción cinematográfica y una indispensable para los que adoramos a titanes del "sin sentido" como David Lynch o Jean Luc Godard. Busquen bien en internet, que es una gema a disfrutar si realmente se dicen cinéfilos de hueso colorado.



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