Dirigida por Lynne Ramsay, y pudiendo considerársele una de las películas más menospreciadas de los últmos años, la hermosa producción inglesa, pone para empezar a la cabeza a una espectacular Tilda Swinton en el que, sin duda, es el papel de su vida, la máxima prueba de su talento y la totalidad de su genialidad para consolidarse como una de las escenciales de su generación; en segundo plano está John C Reilly, quien hace un personaje tibio pero totalmente empatizable, y destacado, aún en su plano secundario; y finalmente están Ezra Miller, Jasper Newell y Rocky Duer en las distintas etapas de la vida de Kevin, el personaje principal, quienes desarrollan un perfecto sociópata épico, que hacen de la composición total una magnificencia de un terror real que puede llegar de donde menos esperes y en el momento que menos creas, simplemente por el hecho de que eso puede pasar y esta probado por la historia.
Contada en un vaivén cronológica, la línea narrativa, con destellos a futuro y pasado, puede resumirse de la siguiente manera:
Eva (Swinton) y Franklin (Reilly) se unen, se enamoran, son felices, y ella se embaraza, la vida empieza a verse menos feliz, menos optimista, y entonces nace Kevin, que llora, llora y llora, al grado de que irse al lado de una construcción en proceso es menos horrendo que oír el constante y diabólico chillido del bebé ya sociopático; crece, es un cretino, sigue creciendo, es más cretino, se sigue cagando en los calzones cuando se ve de ocho a diez años, luego es un adolescente siniestro, asqueroso, que termina decidiendo qué hacer con el mundo, y que, como pista al spoiler de obviedad, hace lucir a la masacre de Colombine como descubierta en el porqué y en el cómo, así como en el daño colateral y las resultantes de la ecatombe que las desiciones de la sociopatía tienen como última meta.
Por lo que, ya dijimos que Swinton, Reilly y los kevins hacen para consagrar la pieza, pero es, sin lugar a dudas, toda la composición de Ramsay, quien, basada en el libro de Lionel Schriver del mismo nombre (Tenemos que hablar de Kevin), vuelve la epopeya sangrienta como una elegante sinfonía autodestructiva explorativa de la humanidad, de los porqués, de lo grotesco, y sin el detalle de caer en la tragedia gore, sino permaneciendo en la frontera del terror psicológico solo para dar el impacto necesario que la intención de la directora espera tener.
La película es menospreciada entonces porque para la calidad, la complejidad y la repartición de elementos de esa tan deleitante manera, debería haber sido aplaudida y galardonada en cuanta entrega de premios pudiera haber sido; sin embargo no lo fue, y de no ser por reseñas como esta o uno que otro comentario de cinéfilo que como oasis subsisten entre las multitudes adiestradas, la cinta quedaría en el olvido y pasaría desapercibida; no obstante, es escencial, es absolutamente recomendable y una necesidad prima para cualquiera que se jacte de ser amante del cine y del arte debería conocer.
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