viernes, 29 de agosto de 2014

Robin Williams (1951-2014)



Para nuestra reseña número 800 decidimos guardar un texto a manera de elegía a uno de los más destacados artistas del cine de los últimos tiempos, y esto pese a la controversia que esta declaración podría causar, es algo verdadero, pues aunque en los últimos años se le había visto en papeles babosos, y casi toda su trayectoria podría resumirse en roles de autosuperación, cintas como La Sociedad de Poetas Muertos, Despertares o hasta la reciente Retratos de una Obsesión serían excelentes ejemplos para conocer las capacidades histriónicas de Williams, a quien realmente recordamos por tonterías como Flubber o La Noche en el Museo, o hasta la, en algún momento sorprendente, Jumanji, pero en casos como ese fue la tecnología del momento la que ahora la hace ver risible o malhechona.
Pero el verdadero punto de análisis en el trayecto de Williams, de manera correcta o incorrecta (para no vernos como blog de chismes), es su muerte, pues pese a la gran cantidad de personajes propositivos y entusiastas que interpretó es él mismo el que decide destruir su vida y huir desesperadamente de esa máscara que creó e interpretó toda su vida, haciendo ver que ese epílogo de Despertares, esa alma pura que era en Patch Adams o ese robot provida que fue en El Hombre Bicentenario eran pura falsedad y en nada concordaban con el verdadero Robin Williams, y esto podría justificar su trayectoria entera, desde sus logros y momentos cumbres hasta su vergonzoso travestismo familiarizado o su maldad vagabundeadamente chafa de August Rush, él nunca fue Robin Williams, él era un ser deprimido e introvertido que usó de coraza a Robin Williams para que nadie mirara hacia adentro, donde la creatividad trató de desafanarse por medio de la aprobación y el aplauso social, cuando en realidad solo era una sombra de lo que él, como artista y como persona, era; el resto fue una actuación de una persona que no debería de haber existido, cuya tan impresionante actuación hizo creer a tantos que sí existía.
El paréntesis aquí entra cuando el tiempo sigue cambiando y ese Robin Williams complaciente no cuadraba ante el podrido mundo que ahora habitaba, y tuvo que tornarse a lo gente como Mark Romanek lo proponía, lo que en ocasiones parecía una farsa total tras semejante trayectoria dentro del cine; y ni salir en dramas como los de La Ley y El Orden UVE le ayudaron para solventar el daño que había creado a su verdadera genialidad.
La vida transurrió y pasó solo lo que tenía que pasar, la gente habló... de drogas, de parkinson, de depresión, de palabras torcidas y roídas que nunca fueron realidad, pero talvez esa sombra de la que hablamos sí era un pedazo de su optimismo, la cual él mismo nunca aceptó por miedo a que el resto no lo aceptara... Y en esa incertidumbre de su propia aceptación él elige el camino que cree más adecuado para asesinar a su invensión...
Lo que está bien o lo que está mal nadie puede decir verdaderamente, pero el camino que él creó hizo época, es inolvidable y un icóno de lo que talvez en realidad sí amaba, pero el miedo a sí mismo fue incontenible como para resistir por su propia familia y la búsqueda de sus propia redención que nunca encontró al menos entre la crítica especializada, pues en más de una ocasión oímos y leímos a tantos críticos de la irrelavancia del cine de Williams y su valor para con el cine, apoyando esto a tanto bueno para nada como Billy Crystal aplaudiendo los peores éxitos del personaje.
Su vida ha concluído, sea cual sea la resolución al final de la historia, y nadie puede negar la relevancia que tuvo para con el cine bueno o el cine malo, la vida sigue, y quedará en nosotros el juzgar cuáles buenas películas y cuales fueron nefastas.
Descansa en paz máscara de Robin Williams.










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